Al llegar al aeropuerto y pasar los controles y sin daños en mi equipaje, salí del aeropuerto Mariscal Sucre en Quito, situado a 2800 metros de altura. Caminando despacio como indicaban los carteles para no asfixiarme.
A la salida sentí mi primera gran alegría, después de unos 77 interminables días me reencontraba con mi mujer. ¡Que felicidad!, ¡que alegría!.
También estaba Enrique, mi suegro, una alegría verlo también. Y estaba Quito, ciudad que dejé hace ocho años y medio... el Pichincha, el olor característico de esa ciudad. Todo seguía igual, parecía que el tiempo no había pasado. Parecía que era ayer cuando me había ido, y no el 26 de marzo de 2000. Que familiar me era todo.
Mis hijos me habían hecho una recepción sorpresa con cartel de bienvenido y todo, lástima que no quedó constancia en fotos. Pero verlos otra grandísima alegría. No se despegaban ninguno de los 3 de mi. Que felicidad verlos de nuevo. Sin duda me hacían falta.
También me reencontré con mis cuñadas. Paulina ya estaba allá (la dejé con 16 y ya cumplía 25 en unos días y se casaba al día siguiente de mi llegada). También Fabiola llegó un poco más tarde con su hijo Patricio. Más tarde llegarían del trabajo mis concuñados.
Casualmente, ese mismo día había llegado un primo de mi mujer muy querido, Enrique Vaca. También tras ocho años y medio. Venía de Miami, junto con su mujer. Así que en casa de su tía Laura armaron rápidamente la fiesta de bienvenida. En su familia, su padre y sus hermanos son todos cantantes y tocan la guitarra, así que la típica fiesta con ellos es escuchar como cantan, y disfrutarlo, porque cantan bastante bien. Ya sus hijitos comienzan a cantar, toda una saga.
También habían contratado unos mariachis que tocaron unas piezas. Y toco bailar algo, incluido a mi (que no me gusta mucho, como todo el mundo sabe). Así que recién llegado, ya me tocó trasnochar acostándome sobre las 2 de la madrugada (9 de la mañana hora española).
Así que por suerte, en unas pocas horas pude vivir la cultura ecuatoriana en toda su extensión. Al menos la cultura festera. Fiestas en las casas, donde no falta la música, el baile y hasta con mariachis. Más no se podía pedir a mi llegada.
Acabé rendido, pero estaba feliz. Esto si era aprovechar unas vacaciones, que como sabéis son las segundas que tengo en 8 años, y las primeras que duran 15 días.
Saludos.
A la salida sentí mi primera gran alegría, después de unos 77 interminables días me reencontraba con mi mujer. ¡Que felicidad!, ¡que alegría!.
También estaba Enrique, mi suegro, una alegría verlo también. Y estaba Quito, ciudad que dejé hace ocho años y medio... el Pichincha, el olor característico de esa ciudad. Todo seguía igual, parecía que el tiempo no había pasado. Parecía que era ayer cuando me había ido, y no el 26 de marzo de 2000. Que familiar me era todo.
Mis hijos me habían hecho una recepción sorpresa con cartel de bienvenido y todo, lástima que no quedó constancia en fotos. Pero verlos otra grandísima alegría. No se despegaban ninguno de los 3 de mi. Que felicidad verlos de nuevo. Sin duda me hacían falta.
También me reencontré con mis cuñadas. Paulina ya estaba allá (la dejé con 16 y ya cumplía 25 en unos días y se casaba al día siguiente de mi llegada). También Fabiola llegó un poco más tarde con su hijo Patricio. Más tarde llegarían del trabajo mis concuñados.
Casualmente, ese mismo día había llegado un primo de mi mujer muy querido, Enrique Vaca. También tras ocho años y medio. Venía de Miami, junto con su mujer. Así que en casa de su tía Laura armaron rápidamente la fiesta de bienvenida. En su familia, su padre y sus hermanos son todos cantantes y tocan la guitarra, así que la típica fiesta con ellos es escuchar como cantan, y disfrutarlo, porque cantan bastante bien. Ya sus hijitos comienzan a cantar, toda una saga.
También habían contratado unos mariachis que tocaron unas piezas. Y toco bailar algo, incluido a mi (que no me gusta mucho, como todo el mundo sabe). Así que recién llegado, ya me tocó trasnochar acostándome sobre las 2 de la madrugada (9 de la mañana hora española).
Así que por suerte, en unas pocas horas pude vivir la cultura ecuatoriana en toda su extensión. Al menos la cultura festera. Fiestas en las casas, donde no falta la música, el baile y hasta con mariachis. Más no se podía pedir a mi llegada.
Acabé rendido, pero estaba feliz. Esto si era aprovechar unas vacaciones, que como sabéis son las segundas que tengo en 8 años, y las primeras que duran 15 días.
Saludos.